Se trata de una crónica y de una crónica tal como nos lo dijo el gran Gabriel García Márquez, una crónica de una muerte anunciada. En Bajar es lo peor presientes la tragedia desde el inicio. Alguien va a morir. Ya está muerto. Está muriendo. Y con cada página leída la profecía se cumple y además, se hace más densa, extiende sus tentáculos y arrastra consigo otros personajes. Si hubiéramos visto a Facundo en el bar. Si luego de que la noche susurrara lo que suele decir solo a aquellos que permanecen lo suficientemente despiertos, hubiéramos esperado y sopesado sus palabras. Hasta que echaran raíces. Entonces, los ojos de Facundo nos hubieran devorado y sería menos fácil caer en el juicio pronto hacia Carolina y Narval, entre todos los otros amantes que sucumbieron. Es la historia de la locura, desde la locura, una historia del delirio, desde el delirio, una historia del abismo, desde el salto al vacío, del placer, desde el gemido. Facundo, un joven hermoso que ha crecido en la prostitución. A salvo del amor, pero amado, con obsesión, por aquellos que se le acercan. La ebriedad parece un requisito para adentrarse en el mundo que nos habita, lleno de vida, muerte, divinidad y demonios, pero no solamente la ebriedad, sino también la droga, que altera la fuerza de gravedad y arrastra a los personajes escalón tras escalón a sus sótanos y eso es lo peor, sí, bajar. Sentir la presión de las profundidades que también somos y tener cada vez menos fuerzas para regresar a la superficie y respirar, cada vez más deseos de ese abajo, de eso peor, de eso que tiene tantos nombres, pero que la mayoría prefiere no llamar, no bautizar para no familiarizarse. En esta novela no solo se refleja este vínculo, sino que se celebra.